[Reseña] Godzilla y Kong - El Nuevo Imperio: Monstruoso festín kaiju
El MonsterVerse finalmente entendió que la clave de su universo era dar el foco a sus monstruos por sobre los humanos, con gloriosos resultados dignos de la era Showa.
Corren buenos tiempos para el rey de los monstruos, época en la que pueden convivir sin problemas diversas encarnaciones de la colosal criatura. Desde el despiadado azote de la humanidad de Godzilla Minus One, parábola apocalíptica que le otorgó el primer Oscar a la legendaria franquicia, hasta interpretaciones donde lo único que importa es el monstruoso espectáculo digno de la era Showa.
Es en esta última categoría donde entra Godzilla y Kong: El Nuevo Imperio (Godzilla x Kong: The New Empire), el más reciente capítulo del MonsterVerse -el universo cinematográfico de los gigantescos monstruos de la mano de Legendary-, donde finalmente se entiende que la clave de su apuesta era dar el foco a sus enormes criaturas por sobre los humanos.
Tras Godzilla vs. Kong, Adam Wingard vuelve a instalarse en la silla del director y toma todas las lecciones aprendidas con la anterior película, perdiendo el miedo a dejar en segundo plano a sus personajes humanos y dando el foco a los verdaderos protagonistas, los monstruos.
Siendo una continuación directa de los eventos de la anterior película, el mundo se encuentra en una suerte de balance. Godzilla se mantiene en la superficie y se encarga de exterminar a las amenazas que la humanidad no puede enfrentar, mientras que Kong es amo y señor de la Tierra Hueca. Mientras ambos se mantengan en sus respectivos territorios, todo estará bien.
Por supuesto, esta calma no durará mucho al entrar en juego una colosal y mortal amenaza oculta en la Tierra Hueca, la cual pondrá en peligro la existencia de las especies y la nuestra propia. Godzilla y Kong no tienen que llevarse bien, simplemente deben trabajar juntos o caerán solos.
El Nuevo Imperio entrega algunas de las mejores secuencias de monstruosa acción, teniendo al espectador en un constante estado de sorpresa y entusiasmo. Todo desde el primer minuto, sin perder el tiempo para dar el foco a sus personajes titulares. Da gusto que la promoción no haya revelado todas las sorpresas, porque las hay.
Es así como vemos a Kong manteniendo el orden en Tierra Hueca, entendiendo rápidamente que la soledad no va con él. Es una especie que vivía en comunidad y él no vino a este mundo a estar solo. Ese viaje personal y emocional será el gran motivante para los eventos a desarrollar, en la que el titán se verá por primera vez frente a un archienemigo. Entra Skar King, un tiránico simio que lidera con puño de hierro una oculta sociedad simiesca, tratando a sus pares como simple mano de obra en su sueño por alcanzar y dominar la superficie. Es un antagonista a la altura de nuestros titanes, abusivo y despreciable, con un poder oculto conseguido a través del dolor. Una gran incorporación que no llega sola.
Tal como en la anterior secuela, seguimos estando ante una película de Kong en la que Godzilla ejerce un rol importante, pero no principal. Eso no impide que el rey de los monstruos tenga momentos para brillar -fantástico uso del Coliseo Romano como cama-, aunque pasa gran parte del metraje preparándose para la batalla.
Cuando finalmente entra en acción, la dinámica que se da entre Kong y Godzilla, rivales obligados a luchar juntos, saca aplausos, con secuencias que realmente abrazan el espíritu de ridícula entretención al que bien nos tuvo acostumbrado la era Showa.
Una colosal y excéntrica celebración en la que los monstruos lo dan todo, con bastante violencia y sangre kaiju.
A diferencia de las anteriores entregas, el factor humano no resulta inoportuno ni perjudicial, evitando caer en tonterías como derrotar a una amenaza echando líquido en un panel de control. La batalla climática es de exclusivo protagonismo de los monstruos y los humanos pasan a ser meros testigos, como nosotros los espectadores. No intervienen ni son claves para que la pelea dé un giro a favor de la humanidad, como sí se vio en las películas anteriores del MonsterVerse.
Acá, la trama de los humanos es absolutamente complementaria a la de los monstruos, yendo de la mano con la historia central y dando las claves para entender lo que las criaturas solo pueden decir mediante expresiones y gritos. Acertada también fue la decisión de traer de regreso a Rebecca Hall como Ilene Andrews, ahora convertida en madre de Jia (Kaylee Hottle), en un viaje muy emocional y entrañable. El retorno de Brian Tyree Henry como Bernie Hayes ayuda a dar liviano humor, aunque no siempre acertado, pero es Dan Stevens -en su reencuentro con Wingard tras The Guest- quien está absolutamente cómodo y pasándolo increíble, con un carisma muy natural, dando vida a Trapper.
Entre tanto espectáculo en el que se abraza lo ridículo de la propuesta, la historia presenta múltiples incongruencias narrativas, excesiva exposición y convenientes aspectos del guion para que justo, justo, algo como una mejora esté en el lugar adecuado sin haberlo tanteado antes. Además, el exceso de efectos digitales lleva a que haya momentos en los que se note desprolijidad, ya sea en iluminación o pulido, aunque no en los más importantes.
El trabajo de Tom Holkenborg y Antonio Di Iorio en la música tampoco es sobresaliente y no sale de lo que se podría esperar de este tipo de producción donde los monstruos son el foco, aunque da luces de intentar nuevas cosas con sus sonidos electrónicos frenéticos que dan fuerza a la alocada y disparatada odisea.
Con gloriosos resultados dignos de la era Showa, se supera con creces a la irregular Godzilla vs. Kong con un monstruoso festín kaiju que será muy celebrado tanto por quienes disfrutan del género como por aquellos que buscan pasar un buen rato en la gran pantalla.
Un espectáculo que justifica con creces el por qué vamos al cine.
Godzilla y Kong - El Nuevo Imperio se estrenó este jueves 28 de marzo en cines de Chile y Latinoamérica.